La berenjena tiene su origen en Asia de donde fue traída a España, esta vez sí, por los árabes. Digo esta vez sí, porque hay en nuestros país un mito en cuanto a la importancia de la cultura árabe en la horticultura española, que sin duda la tuvo, pero no tanto como se suele decir. En efecto, la mayor parte de las hortalizas que hoy conocemos, o vinieron de América o ya las conocían nuestros compatriotas en tiempo de los romanos. Baste recordar que uno de los tratados más importantes de agricultura, incluyendo la horticultura, lo escribió nuestro compatriota Columela, quien ya habla del cultivo de numerosas hortalizas. Incluso las obras para regadíos ya eran ampliamente conocidas en época romana. Como prueba quedan vestigios de numerosas presas, generalmente en ríos secundarios, los que el hombre en aquella época era capaz de domeñar, y muchas de ellas hoy aterradas por la acción de la erosión y los sedimentos. Pues eso, nunca mejor dicho, al César lo que es del César.
El fruto de berenjena destaca por
sus altos contenidos en agua, pigmentos, vitaminas y sales minerales, con bajo
contenido en sodio. Tiene mucha fibra vegetal y pocas proteínas e hidratos de
carbono.
La berenjena es la solanácea hortícola mas exigente en
temperatura, por eso, en cultivo estacional al aire libre, la producción viene
tras tomate y pimiento, en verano. Con el cultivo en invernadero se obtienen
durante el resto del año.
La berenjena es una solanácea perteneciente a la especie Solanum
melongena.
Las variedades tradicionales
españolas son alargadas y moradas. Menos numerosas son las redondas blancas y
las de formas intermedias pero listadas o jaspeadas de morado y blanco. Estas
últimas son muy del gusto de toda la costa mediterránea, donde una variedad muy
conocida es la ‘Listada de Gandía’. La berenjena de Almagro también es de una
gran calidad. Los tipos blancos y amarillos son del gusto de los consumidores
extranjeros.
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